-De Historia Personal a Reflexión Colectiva-
Desde pequeña, siempre vi a mi mamá correr de un lado a otro, ocupada en mil cosas, como si el valor de su vida dependiera de la cantidad de tareas que lograba completar. A pesar de que hoy, a sus casi 70 años, está jubilada, su vida no ha cambiado mucho: trabaja de sol a sol, de lunes a lunes, en su propio negocio. La productividad es su motor, una obsesión que la supera. A veces le sugiero que viaje, le hablo sobre la necesidad de tomarse unos días para descansar, y su respuesta es siempre la misma: "Estoy demasiado ocupada para hacerlo". Y aunque le encanta la idea de hacer otras cosas, parece que la ocupación es un refugio del que no sabe/quiere escapar.
Es una historia que conozco bien, y que me hace reflexionar sobre lo que significa estar ocupado y sobre cómo, quizás, hemos llegado a considerar la sobrecarga de tareas como un signo de éxito. Sin embargo, hay una vida más allá de las múltiples ocupaciones. Y tal vez, es hora de detenerse y cuestionar si realmente estamos viviendo o solo sobreviviendo en una carrera constante.
Hay un cansancio que no se cura con dormir.
Un agotamiento que no es físico, sino existencial.
Ese que llega cuando la agenda está llena, pero el alma vacía.
Lo llaman “ser productivo”. Yo lo llamo desaparecerse de uno mismo en nombre del deber.
Vivimos como si fuéramos a ser evaluados por una junta invisible de jueces que puntúan cuántas reuniones tuviste hoy, cuántos correos respondiste, cuántas tareas tachaste. Nos han entrenado para vivir al ritmo del algoritmo, del deadline, de la urgencia ajena.
Y en el proceso, nos perdemos. De lo simple. De lo lento. De lo esencial.
El estar "ocupado" ha dejado de ser una simple consecuencia de la vida moderna. Se ha convertido en una insignia de estatus, un marcador de éxito. Vivir en constante ocupación es una forma socialmente aceptada de evadir la quietud, de no enfrentarnos a lo que realmente somos cuando todo se calla.
Nos llenamos de tareas para eludir el vacío.
Porque el vacío da miedo.
El vacío no tiene respuestas inmediatas.
El vacío nos obliga a confrontarnos, a mirar lo que hemos hecho con nuestras vidas, lo que hemos dejado de hacer, y lo que realmente deseamos.
Pero el síndrome de la vida ocupada no es solo una metáfora del ritmo moderno; es una manifestación concreta del malestar emocional contemporáneo. Un estudio publicado en el Journal of Occupational Health Psychology (2019) mostró que la sobreexigencia constante y la falta de pausas aumentan el riesgo de trastornos como la ansiedad, el insomnio o la depresión. No se trata solo de hacer mucho. Se trata de no poder parar.
Y lo más inquietante es que esta forma de vida se ha normalizado. Como explica el psicólogo Rafael San Román, aunque el síndrome no esté reconocido clínicamente, cada vez más pacientes llegan a consulta con síntomas relacionados con la autoexigencia, la saturación mental y la incapacidad de estar en calma.
Tal vez no estamos cansados porque hacemos demasiado, sino porque vivimos desconectados.
Del cuerpo. De la emoción. Del presente. De nosotros.
Así que la verdadera pregunta no es cuánto puedes hacer, sino quién eres cuando dejas de hacer tanto.
Por si quieres leer sobre el tema:
EFE Salud – “El síndrome de la vida ocupada”: https://efesalud.com/sindrome-vida-ocupada-que-es
Diario Sanitario – “Síndrome de la vida ocupada”: https://diariosanitario.com/sindrome-vida-ocupada
*Deseo que este fin de semana sea el momento perfecto para desconectar, relajarte y hacer lo que te dé la gana (sin sentirte culpable). Un par de días para recargar, disfrutar del descanso y prepararte para lo que venga.
**Recuerda tomar agua 🚰
— Gigi 🌿
Y repito mi caballito de batalla: no importa lo que hagas si no haces lo que importa.
Gracias! A veces siento que pensar en un mundo que vaya más lento es una utopía pero quiero ser rebelde y pensar que hay más personas que piensan que sí podemos vivir y trabajar en armonía con nuestro ser.